Conocí a don Eladio -al que un histórico de este medio como José Antonio Casado definía como el redactor jefe-director-todoterreno- allá en 1979, un año después de que el 4 de enero de 1978 La Voz del Tajo apareciera como semanario Provincial. Era un entrevistador incisivo, un analista implacable y un cronista de primera. Pero, sobre todo, era un ser humano de una bondad inimaginable. Me acerqué a la imprenta y subí a la redacción para entregarle a don Eladio mi proyecto de revista de la Unión Deportiva Santa María, de Julián Segovia y alguno más, que acababa de ascender a regional tras su comparecencia en la Liga de Adheridos de la Federación Castellana.
Su mural de entrada (he leído por algún lado que representaba un mundo de hormigón encadenado por gruesos barrotes de hierro. La opresión que nace de las figuras geométricas dispuestas en orden y perspectiva implacables y del hierro que las aprisiona, queda iluminada por el resplandor amarillento del sol que nace en el horizonte y funde y retuerce trozos de barrote en el intento de salir hacia fuera, hacia la naturaleza libre, reina del aire, el árbol y el ciervo) me dejó impresionado mientras preguntaba -creo que me atendió Asun Beltrán- por don Eladio, que pululaba por allí entre viejas máquinas de escribir y periodistas de la época como José Antonio Casado, Pedro González, Nacho Morate, Esther Soto, María Teresa Piñas, Mari Cruz Campoo y un jovencísimo barbudo llamado Francisco Gómez-Herruz, entre otros varios.
Con su característica amabilidad y educación, y esa cara de no haber pegado jamás una voz más alta que otra, me invitó con suprema sutileza a sentarme junto a él en una mesa para que le explicara lo que quería. Le presenté mi fotocomposición casera de medio folio, máquina de escribir y fotocopia -para que no se estropearan- de las imágenes a insertar y se quedó encantado a la vez que con su infinidad de preguntas indagaba sobre mí. Una vez quedó clarificado mi proyecto de revistilla conmemorativa de la efemérides, de darme el presupuesto y la fecha de recogida del trabajo, me invitó a que colaborara en la parcela deportiva con las crónicas de los partidos de la UD Santa María en su andadura por los polvorientos, y en algún caso hasta peligroso, de la comarca y la provincia. Y a la vez que nos despedíamos, yo acababa de cumplir 25 años, me soltó algo que me emocionó: “tienes buenas ideas y mucho talento; no lo desaproveches”. Le di las gracias ruborizado y nos despedimos hasta más ver. Sería, a raíz de este encuentro, cuando comenzaba mi andadura en La Voz del Tajo y a estampar mi firma de I. Rodríguez en la sección de deportes del semanario.
Un par de años dudaría mi colaboración totalmente gratuita, porque después fui requerido, tras un encuentro casual nada más y nada menos, que por una tal Julio Eloy García Orozco -abulense como yo en mi formación estudiantil, para llevar los deportes del grupo de regional con equipos de la comarca de Talavera en el Diario “Ya” de Toledo y echar una mano a Pedro Ángel Rosado en los partidos de los juveniles talaveranos. Fueron mis primeras pesetillas en el mundo de la comunicación, muy modestas y para compensar más que nada la dedicación, que me eran abonadas escrupulosa y puntualmente cada mes por giro postal con remitente desde la sede de la Plaza de Zocodover.
Y aunque cuatro años más tarde (en 1983), y ya de una manera casi profesional, volví a la Voz del Tajo de la mano de Pepe Retana, Emilio Jiménez y Santiago Sanguino, aquel encuentro con ELMART (así firmaba don Eladio y de su acróstico copié el mío, el de IGROSO) me dejó impresionado por su humanidad en el trato, la bondad que desprendían sus pupilas, la modestia de sus palabras, su lucidez pese a su edad y, sobre todo, el paternalismo que desprendía dirigiéndose a los redactores del semanario que, de cuando en vez, interrumpían nuestra charla. Solo habían pasado cuatro años y don Eladio se había jubilado, aunque muchos días se pasaba a dar una vuelta por la redacción para dar abrigo a sus nostalgias. Y qué mejor despedida para la añoranza de don Eladio, que un escrito que he encontrado de don Antonio Moraleda Clavero -que firmaba muchos de sus artículos como Atila- para definir a ELMART:
“Los viejos tiempos en los que unos insensatos, paranoicos, arrogantes, soñadores, vanidosos, y un montón de adjetivos más y ninguno laudatorio, muchachitos de provincia se creían, nos creíamos, el ombligo del universo literario-político-cultural talaverano. Más allá del bien y del mal, y con bula para impartir consejos. Pero de aquí, ciertamente, tengo que excluir a Eladio Martínez, que era un caso aparte tanto por su bondad personal como por su modestia y, además, porque por aquel entonces, estaba especializado en temas deportivos. Me estoy refiriendo, como habrán adivinado los viejos lectores del semanario, a ese grupo incómodo y petulante -que tantas justas iras y rabietas desató entre los biempensantes y disciplinados ciudadanos de esta muy noble y leal ciudad-, que no respetando los valores eternos, y muchas veces ni siquiera los buenos modales literarios, entrábamos a saco en la publicación con nuestras ideas disolventes, en un vano intento de crear una nueva acracia en esta vieja tierra, famosa como guardiana de las más puras esencias”.
La portada de su “obra magna”
Don Eladio había nacido en Puente del Arzobispo en 1910, trasladándose a Talavera con sus padres poco después. Estudió Bachillerato con una beca municipal y trabajó como aprendiz en la Imprenta Rubalcaba, fundando más adelante la Imprenta Ébora. Durante la Guerra Civil escribió en varios diarios y militó en Juventudes Socialistas. Tras el conflicto abrió de nuevo su imprenta y editó la “Hoja Deportiva”. En 1952 fundó “La Voz de Talavera” de la que será redactor-jefe. De su pluma e ingenio nacieron varios de sus “hijos” como el “Callejero Histórico de la Ciudad de Talavera”. Nos dejaba para su descanso eterno en 1992, curiosamente cuando España ganó su único ORO olímpico en fútbol.
Mas no quiero concluir este artículo si finalizar con una de sus poesías, que el autor Julio Fernández-Sanguino recoge en su libro “Escritores talaveranos en la Guerra Civil (1936-1939)”. Del mismo manifiesta Julio que “Eladio Martínez Montoya, soldado perteneciente al Tercera Batallón de Etapa, ante el cariz que iba tomando la contienda y a la vista de la tragedia malagueña comenzaría escribiendo en No pasarán”:
¡Españoles!, ¡a las armas!
¡Ya no es civil nuestra guerra!
Ya no son hermanos nuestros,
nacidos en nuestra tierra,
quienes nos roban los pueblos,
los campos y las aldeas.
Ejércitos extranjeros
invaden la patria íbera,
quieren que la España libre
en esclava se convierta
y sea un feudo de Italia
o de la Alemania abyecta.
Para qué añadir más a una crónica con sentimiento casi espiritual sobre uno de lo nuestros que dejó impronta de muchas cosas en Talavera de la Reina. Pero sobre todo fue ejemplo de bondad, conocimientos y entrega sin fisuras a la profesión de PERIODISTA, con mayúsculas, aunque nunca pisara la Universidad o la Escuela de periodistas. Que lo lea con satisfacción allá donde usted se encuentro, don Eladio.