Aquel 29 de enero de 2006 permanece en la memoria de los talaveranos que lo vivieron. Fue una nevada como nunca se había visto. Talavera amaneció cubierta por una blanquísima capa de nieve. Resplandeciente toda de blanco, era como una novia vestida para su boda. Era como si los ángeles se hubieran sacudido todo el polvo de sus alas para convertir todo el paisaje en blancura y pureza. Los árboles, que habían perdido el verdor de sus hojas, recuperaban una nueva figura, como si de ellos hubiera brotado una inesperada floración de azahar.
Los monumentos se adornaban con mantones de marfil y las calles con alfombras de plata. La cúpula de la Basílica del Prado exhibía una cofia de blanquísimo lino… lentamente la nieve se fue derritiendo al paso inexorable del sol en un agüilla embarrado que fue rulando por las alcantarillas para engrosar el cauce del Padre Tajo…Pero dejemos que sean los versos de José María Gómez los que pongan la belleza literaria y la emoción al imborrable recuerdo de unas imágenes tomadas por él mismo aquella inolvidable mañana.
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