Por Talavera de la Reina, ciudad de barro y fuego, pasa de costado un Tajo manso, como no queriendo molestar. Aunque, si te fijas bien, es Talavera la que pasa por el Tajo, con sus barcas, sus paseantes y sus puentes. Puentes que se bañan en las aguas, se hunden en el fango, para unir dos orillas cortadas por ese profundo tajo.
Tiene Talavera un viejo puente romano, pétreo, granítico, como los construían los romanos, que se limitaban a reubicar las piedras para recolocar el paisaje. Traían y llevaban aguas con sus acueductos o las cruzaban con puentes arqueados, siempre fiables, rocosos, eternos como sus leyes. El viejo puente está acodado y remodelado en siglos posteriores, por él pasean los talaveranos, como por siglos fluviales con muchos arcos y ojos para ver bañarse el sol en los atardeceres.
No muy lejos de éste se divisa el puente de hierro, industrial, sobrio y funcional. Construido cuando Eiffel puso de moda su torre férrea de exposición y los campos ibéricos eran cruzados por caminos de fierros. Un puente de osamenta vertebral y vertical que se sostiene por sí solo, desprovisto de músculo y piel. Un hierro sin artritis ni osteoporosis, por el que atraviesan vehículos que no dañan sus articulaciones. Una ferretería pragmática sin complejos.
Finalmente cruza su paisaje acuático un moderno puente de acero y hormigón, prodigio de ingeniería, atirantado con cuerdas de lira, que cada año precisan afinación, para entonar la oda al disparate. Una obra de arte contemporánea que, como toda obra de arte, debe carecer de funcionalidad. Un puente a ninguna parte, sin destino, sin rumbo, sin sentido. Un barco varado en campos de trigo, con velas desplegadas en el mar de Castilla la Mancha, inmóvil pero visible a cien leguas. Una escultura que cumple su misión de símbolo, alegoría, emblema e imagen de la actualidad. Ostentación inútil en tiempos de pandemia, ruina y colas del hambre. Entiendo ahora la frase atribuida a Edgar Allan Poe “Todas las obras de arte deben empezar por el final”. Siendo así hay que reconocer que ésta es una verdadera obra de arte.
Carlos Leopoldo García Álvarez