¿Por qué habría yo de llorar mansamente por la muerte de un desconocido? Pues lo hice. Y no me arrepiento.
Siempre defiendo que hay momentos históricos tan trascendentes que se graban a fuego indeleble en nuestras memorias. Si pregunto: ¿dónde estabas cuando sucedieron los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York?, casi todo el mundo responde respecto al instante y el lugar de su situación. En los Estados Unidos es, o era, frecuente una cuestión similar: ¿dónde estabas cuando asesinaron al presidente Kennedy? Cada vez son menos los que pueden ofrecer su testimonio. Aunque sobre esa nueva pregunta podríamos plantear (extrapolando la situación a nuestro país): ¿dónde estabas cuando la intentona de golpe de estado del 23-F en 1981?
Por desgracia, aquella aciaga tarde sabatina de julio de 1997, se transmitió la noticia. ETA había ejecutado a un chaval, Miguel Ángel Blanco, previamente secuestrado, por el simple hecho de pertenecer a un partido político al cual los extremitas vascos deseaban lo peor. No era un cargo relevante, era un simple concejal en una población como lo es Ermua, con quince mil habitantes, elegido legalmente, economista de profesión y aficionado a la música.
El terrorista Gaztelu, que es de la ralea más ruin, fue quién disparó las balas que harían que Blanco falleciera al día siguiente. No valía Gaztelu ni para cumplir con la debida tradición de no permitir el sufrimiento del ejecutado una vez que se le había aplicado la ‘sentencia’. Patoso es poco. Incapaz es medianamente adecuado. Monstruoso es la mejor definición para sus hechos. En todos los sentidos.
Lloré, repito, mansamente, cuando la noticia fue difundida y me encontraba con unos amigos jugando a la subasta. Era tan sumamente injusto que provocó en mí esa reacción de tristeza profunda hacia alguien que, obviamente, no conocía.
Ahora nos están intentando recontar la historia de lo acaecido. Pero ¿quién paga mis lágrimas? ETA provocó con ese desdichado hecho su propio y lento final, pero a costa del martirio de un joven de 29 años. A los que vivimos personalmente aquellos dramáticos hechos no se nos olvida dónde estábamos. Ni el sobrecogimiento que nos atenazó tras ese despreciable asesinato.
Ya que ETA (dice) haber abandonado su particular ‘lucha armada’ se intenta una reconstrucción de los hechos a través de una tergiversación de la Historia. No cuela, en mi caso. Podría proseguir, pero no quiero excederme en este espacio.
Gaztelu, Txapote… Todos los que colaborasteis en ese vil delito, estáis siendo beneficiarios de esa historia recontada. Vuestra madres serían unas santas, pero vosotros sois unos hijos de… Supongo sabéis lo que sigue, ¿verdad?