Resulta admirable la figura del agricultor español. Nada tiene que aprender en cuanto a tenacidad para sufrir adversidades ni en habilidad para cultivar tierras difíciles, en ocasiones, bajo un clima que haría fracasar estrepitosamente a los más adelantados de cualquier otro país. Y siempre con la creciente ilusión de ver las doradas espigas mecidas por el viento o la primera cereza en la banasta. ¡Qué hondo arraigo presenta en nuestro solar patrio el carácter recio, severo y grandioso del hombre del campo con esa sensata mezcla de sabiduría y corazón, de hazaña y fe!
La experiencia de siglos en la agricultura aconseja sembrar temprano. Recogido está en nuestro refranero agrícola: Si en noviembre no has sembrado, no siembres. También, Por la fiesta de San Clemente, cuanto trigo siembres, pierdes. Incluso, Poda tarde y siembra temprano y cogerás uva y grano.¡Cuánta enseñanza atesoran las faenas agrícolas, espejo en el que se miran aquellos que labran sus victorias con un esmerado método de trabajo constante y de firme responsabilidad.
La siega se culmina entre junio y julio. Meses estivales en los que España, tras décadas de esterilidad y barbecho balompédicos, finalmente recolectó dos Eurocopas y un Mundial. En Viena, el 29 de junio de 2008, y en Kiev, el 1 de julio de 2012, nos erigimos en campeones de Europa; y nuestra mejor cosecha, en Johannesburgo, un 11 de julio de 2010, en donde triunfamos como campeones del mundo. Una excelente selección de futbolistas de brillo radiante coordinados por dos magistrales y experimentados entrenadores de leyenda: Luis Aragonés y Vicente Del Bosque. Atrás quedaron años de reveses, sinsabores y desconsuelo sobre el verde: un “no gol”, un penalty errado, un codazo a la italiana, un arbitraje caserón y hasta en los despachos, una mano inocente de un bambino.
Sería, precisamente, un veraniego día de julio de 1979, en el curso de una entrevista publicada en el número 424 de la popular revista As Color, cuando Luis Aragonés, refiriéndose al fútbol español, se expresó con afán premonitorio empleando un símil agrícola: “Cierto es que no estamos en un momento boyante. Pero se está trabajando y, tarde o temprano, veremos los frutos. Faltan esos cuatro o cinco hombres con buen tono que levantan a un equipo y a una nación, futbolísticamente hablando”.
Para el sabio de Hortaleza, el esfuerzo y la entrega siempre fueron innegociables, la esencia, el ser o no ser en el deporte del balón. Se necesitaban años de paciente roturación y de cuidadosa siembra antes de alcanzar la ansiada y fecunda recolección. Casi treinta años después de aquél vaticinio, un grupo de cuatro o cinco hombres (aquéllos grandes jugadores bajitos), con buen tono levantaron a un equipo y a una nación. En su cumplido augurio, Aragonés no imaginaba que al frente de aquella selección nacional triunfante en el estadio Ernst Happel de Viena, estaría él, como un esforzado agricultor que diligentemente recoge el fruto y siembra la semilla con afán.
Decía Josef Masopust, aquél checo galardonado como mejor futbolista europeo en 1962, que “las grandes oportunidades de gol se producen en un partido esporádicamente y el secreto del éxito radica en aprovecharlas a tiempo. Resulta imposible planearlas”. Cuando aquél imborrable 11 de julio de 2010 en el estadio Soccer City de Johannesburgo, Jesusito Navas controló el balón en su área y arrancó con él por la banda derecha hacia la portería holandesa, nada estaba planeado. Todos los integrantes del equipo portaban sobre sus cuerpos días de duro y entusiasmado trabajo, y grabada en sus mentes y corazones sobresalía la mítica consigna de “ganar, ganar y ganar y volver a ganar”. Cuando el de Villalvilla, Iniesta de nuestras vidas, tuvo ante sí la oportunidad supo aprovecharla a tiempo. Minutos antes, Casillas, el portero-muralla de España, impidió a los holandeses gozar de la suya. Estaba escrito por Luis Aragonés.
Texto: Raúl Mayoral