Salvador Aldeguer
El ruidoso caso de los perros enjaulados
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
Llega un punto en la vida en el que cierto tipo de conflictos te producen un alto grado de pereza.
Cuando la razón y el sentido común son pisoteados por el antojo y el exabrupto poligonero no viene al caso intentar explicarle a una rata que el pedazo de queso reposa sobre un cepo. Tengo unos vecinos arcaicos, ella es una oronda neandertal, y él, un purete con ínfulas de cazador, que de lunes a viernes sobreviven en su habitáculo de ciudad dormitorio, y el fin de semana se desplazan a su excelsa segunda residencia, donde ella puede sacar a paseo su bata roída por el paso de un tiempo descolorido, y Elmer Gruñón luce su gorrilla de fieltro con olor a sangre de liebre asustada. Se han pasado toda su vida oprimidos socialmente de lunes a viernes, y saliendo a flote los fines de semana, poniendo cara de falsos terratenientes el viernes por la tarde, y retomando el domingo su gesto retorcido de iguana disecada, al caer en la cuenta de que el camino de vuelta al infierno siempre es más corto que la propia condena de su ineptitud. La cuestión es que este par de resentidos de voz cazallera mantienen enjaulados de lunes a viernes a un par de perros, un par de caprichos de Elmer en su afán de presumir por los garitos de su barrio de extrarradio, entre regüeldos de vino rancio y aroma en 3D a boquerones en vinagre pasados de fecha, de su noble condición de cazador. Eso conlleva que los perros, los más inocentes de esta truculenta historia, creen cada domingo, y no les falta razón, que Elmer y la yeti con bata, los abandonan a su suerte. Y, claro, los perros ladran hasta el infinito y más allá, ladran suplicando que alguien les haga caso, ladran a los barrotes, ladran a todas horas, porque todas sus horas son injustas. No ladran puntualmente a un gato; no le ladran a la luna; no ladran porque sí; no ladran con la naturalidad de cualquier otro perro; no, estos perros le ladran a la injusticia y aúllan su cruel abandono desde su comprensible incomprensión. Al cabo de semanas, o lo que es lo mismo, miles de ladridos, los parientes cutres de la Familia Addams fueron informados de la situación que estábamos soportando los que vivimos todo el año al lado de su segunda residencia, y Elmer, les colocó un collar que les da una descarga eléctrica cada vez que ladran. Por supuesto, el remedio ha resultado ser peor que la enfermedad, y ahora los perros ladran hasta que se agota la batería de sus verdugos eléctricos. No entienden que sus dueños reflejan en ellos lo que sufren de lunes a viernes en sus perras vidas, y necesitan tener esclavos enjaulados, para, así, al llegar los viernes, con la llave de la cancela, sentirse, por una vez a la semana, seres superiores. De momento, yo he optado por hablar con los perros y retirarles la palabra al matrimonio de impresentables e hipócritas, que, no lo dudo, presumirán de tener perritos porque son amantes de los animales. Espero que esas descargas eléctricas, activen unas misteriosas neuronas en los cerebros de los perros, y el fin de semana menos pensado, los chuchos, al igual que los monos en ‘El Planeta de los simios’, se hagan con la llave y enjaulen ellos a sus crueles amos. Y como entonces Elmer y la orca poligonera se pongan a aullar, entonces sí, llamo a los de la perrera para que se los lleven y, oh, qué lástima, los sacrifiquen.
Manzana – S.
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Monkey Business.
La crueldad es la fuerza de los cobardes
(Proverbio árabe)