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La vida en el BAR

La vida en el BAR
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sábado 17 de agosto de 2019, 10:55h

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Todos los españoles sabemos, y nos viene como legado de nuestros antepasados, que los bares juegan un papel fundamental en España, tanto económica como social y, sobre todo, culturalmente. Los bares son esos lugares donde siempre hay gente, son seña de identidad de cualquier español y nuestra relación con ellos es innegociable. El paso del tiempo ha terminado con muchas de nuestras tradiciones, pero los bares se mantienen presentes y firmes. Exiten, dicen agunos estudiosos, desde hace más de 120 años y han sido testigo de muchos de los momentos más importantes de nuestras vidas. Es por ello que a nadie extrañará saber que para un 70% de los españoles los bares son punto de encuentro y que son considerados símbolo de nuestra cultura por un 65% de la población.
El bar no sabe de modas. Va más allá de tendencias pasajeras, perdura con el tiempo y sigue creciendo con los años. Casi la mitad de los españoles los visitamos a menudo y lo hacemos, para tomar algo en compañía, charlar con los amigos y ver el fútbol. Los bares están asociados al valor de la amistad y en ellos reímos, lloramos, nos enamoramos, nos enfadamos, hacemos nuevos amigos y mucho más. Entre las cuatro paredes de los bares se escriben cada día miles y miles de historias, seguro que a todos se nos ocurre alguna y que, al pensarlo, algo se esté removiendo en nuestro interior. Porque los bares han sido, son y seguirán siendo escenario improvisado de nuestras vidas y es innegable que forman parte de nosotros. los bares se han ido forjando como nuestra seña de identidad, hasta llegar a ser el gran punto de encuentro que son en la actualidad. Si en las grandes ciudades tienen relevancia, en pequeños municipios adquieren una dimensión social nueva y se convierten en su alma. Encontramos un gran ejemplo de ello en el citado proyecto y la Serranía Celtibérica, zona compuesta por diez provincias y más de 1.300 municipios en la que habitan menos de medio millón de habitantes. Es uno de los territorios más despoblados de toda Europa donde cientos de pueblos solo tienen un único bar, lo que lo convierte en el centro neurálgico y de encuentro de todos. Los bares son el hombro sobre el que apoyarse, el oído en el que confesar penas, la cara amiga en la que confiar, el diván en el que desahogarse de las preocupaciones y, en muchos casos, la mejor medicina. En él se consolidan relaciones al tiempo que clientes y trabajadores se convierten en una gran familia.

Quien tiene un bar tiene un tesoro
Quien tiene un bar no solo ha de saber saber de bebidas y tapas, de entregas, de repartos y de gestión. Porque la gente va a los bares a charlar, a que le escuchen, que para tomarse algo ¡pues ya se lo pueden tomar en sus casas! En el bar se echa la tarde, se juega a las cartas -benditas partidas de mús o tute-, se le da al futbolín y se ve la tele. Se acompaña y se es acompañado. Dueño o dueña, quien tiene un bar es gerente, camarero o camarera y muchas profesiones más. Apoyado sobre la barra del bar y conversando con quien al otro lado se encuentra, el camarero o camarera hace las veces de psicólogo o psicóloga, amigo o amiga, hermano o hermana, médico, consejero o consejera sentimental, entre otros papeles.
Tener un bar es, más que un trabajo o una profesión, una forma de vida y sus cuatro paredes constituyen el alma de muchas comunidades. Su papel social es innegable.
Son quienes se levantan con el alba para que nosotros podamos tomar el café de camino al trabajo y se acuestan con el canto de los grillos. Gente entregada que encuentra en ello algo más que una profesión, una forma de vida. Una vida dura para la que hay que valer y estar hecho o hecha de una madera especial. Porque la labor que desarrollan es amplia y los sacrificios muchos. Por todo esto, gracias a los bares. Pues visto que los bares forman parte de nuestra identidad cultural y de nuestro día a día desde hace muchos años y no podemos estar más agradecidos por ello. Porque es en lugares como ellos donde el hecho de sentarse a la barra se magnifica y se vuelve algo casi terapéutico. Gracias a los bares por brindarnos tantos momentos de compañía, de amistad, de emociones, de conversación, de ocio, de amistad, de apoyo, de consejo y de mucho más que podríamos seguir enumerando. Y gracias a las personas que los hacen posibles, porque sin ellos nada de lo escrito tendría sentido.
Esto venía a decirnos en un articulo reciente Carmen Tía Alía en su artículo de “Directo al paladar. El sabor de la vida”. Y así lo ha querido reflejar nuestro Ciego del Berrenchín.

Este es mi bar


Tengo un barrio peculiar
que visita mucha gente;
en él tengo yo mi hogar,
mi lazarillo y mi fuente
para poderles versar
ocurrencias de mi mente.
Por ejemplo que hay un bar
que es a todos diferente,
y lo suelen frecuentar,
esperen que se lo cuente,
hombres de clase, de casta,
algún que otro gilipollas
y ni un solo delincuente.
Eso al menos me parece.
Es un bar tan singular
que allí nadie se ofende,
se fomenta la amistad
y nunca la envidia crece.
En él se puede arreglar
el problemilla del trece,
la discusión familiar
que surge cuando amanece;
la versión particular
por causa de un mal entente.
Allí se está tan genial
y tiene tan buena gente,
que don Félix y el Julián
le ofrecen a Cospedal
fórmulas pa que gobierne.
Este es mi bar, señores,
siempre con gran ambiente,
donde beben profesores,
abogados, vendedores
de la Hilti, periodistas,
albañiles, soladores,
parados, emprendedores,
los que ponen el pladul,
los que vestidos de azul,
conocidos por agentes,
ponen multas al gandul
por aparcar malamente.
En este mi bar, eficiente,
somos como una familia;
y en él habita una gente
que allí la vida concilia
y a la madrugá, de repente,
suena un trinar de cantores
que son de todos la envidia.
Este es mi bar, y el de Flores.

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