Javier Fernández
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
Cuando comenzó enero ya dije que el año 2012 me traía buenas sensaciones, una cifra mágica que ya me gustó cuando vi el logotipo de la candidatura de Madrid para optar a la organización de los Juegos Olímpicos.
Es año bisiesto, ya hemos pasado el día 29 de febrero, día que hace que el año tenga 366 días y que sirve para mantener el calendario sincronizado con el año astronómico y estacional, y todos los españoles y parte de medio mundo queremos que cuando llegue el siguiente, será en 2016, no estemos tan lastimados moralmente como lo estamos ahora. No quiero ser reiterativo, pero es mi espacio de opinión y aquí encuentro el cobijo literario que quizá muchas veces no tengo en la oratoria día a día, pero la crisis es una palabra bisílaba de seis letras que sigue haciendo estragos, acaparando titulares y mermando y minando la moral de muchos ciudadanos. Pese a los continuos lances de esperanza y de ilusión que yo, desde aquí, transmito a todo el mundo, la realidad y los datos me hacen ver que todavía queda mucho camino por andar. Lo más importante son las personas, en el capital humano está el secreto para salir adelante, pero antes tenemos que creer que somos capaces y que podemos conseguirlo. Consejos vendo pero para mí no tengo, pienso yo para mis adentros, y ahí está la clave, unos por otros y la casa sin barrer. En este mes que acaba de empezar voy a cambiar el primer dígito de mi edad, el tuenti por el trenti –haciendo acopio de las tan de moda redes sociales-, y yo pienso ¿es tan importante un año como para hacer cambiar a una persona? Por supuesto que no. Con la edad vamos madurando, eso es innegable y quien no lo haga mal va, pero jamás la madurez estará reñida con la locura, la jovialidad, la diversión, la picaresca y, sobre todo el compartir. Ahí radica lo más importante para cada uno de nosotros. Yo al menos le pido a este bisiesto, y así lo haré uno tras otro, que dentro de cuatro años siga basando mi fortaleza interior en los pilares que hoy encajan el puzle de mi vida. Y ese aspecto, nunca restar y siempre sumar.