lunes 25 de julio de 2016, 12:18h
La condición humana posee una inverosímil habilidad para tropezar en diferentes ocasiones con la misma piedra. Incluso cuando entre cada una de ellas, no sólo no ha transcurrido tiempo suficiente......
La condición humana posee una inverosímil habilidad para tropezar en diferentes ocasiones con la misma piedra. Incluso cuando entre cada una de ellas, no sólo no ha transcurrido tiempo suficiente para hacer pesar más el olvido sobre el aprendizaje, sino también cuando cada caída supone un hecho tan memorable como consecuente. Es por esto quizás, que nuestra historia siempre ha creído en sí misma ante segundas, terceras y consecutivas oportunidades. Esto, se traduce a menudo en cada uno de los ámbitos que tallan nuestras vidas, sin menospreciar a aquellos que pudiera dejarme fuera: amor, amistad, trabajo, religión, ideología y otros abstractos conceptos. A menudo cada uno de ellos están relacionados. O, si no lo estuvieran explícitamente, pudiera decirse que cada uno supone la combinación ponderada de la receta que los configura. De ahí el fenómeno de la infelicidad y la insatisfacción humana que infinitos cambios, hechos dramáticos y movimientos sociodemográficos –migraciones masivas, colonizaciones y conquistas antiguas y contemporáneas– han generado hasta el sol de hoy. Es por esto que, por ejemplo, tantas veces los modelos democráticos fueron y son aún puestos en entredicho. Pues sin duda, las cambiantes preferencias y emociones de los ciudadanos del pasado, el hoy y el mañana, han sido siempre más ágiles que los intereses individuales de poder –tan perennes como primitivos–. De ahí derivan las tormentas políticas, cuyos truenos desestabilizaron y –aún lo hacen– importantes etapas de nuestra historia. Generando contextos de complejidad política. Y es que jamás han dejado de estar presentes aspectos tan importantes como la fuerte presencia de indecisiones, egos, desacuerdos y otras parálisis y/o cegueras racionales a nivel institucional. Algo así se ve hoy manifestado en nuestro país. Donde tras los meses transcurridos desde las elecciones generales del mes de diciembre, y después del 26-J, la creciente incertidumbre está hoy justificada por la pésima proyección de un modelo democrático que ni en el corto ni el medio plazo ha sabido adaptarse a las necesidades y demandas de los españoles. Configurando un modelo de liderazgo y convivencia donde, tal y como muestran algunos de nuestros mandatarios, no importa el bien público y sí prevalecen rígidos planteamientos teñidos de intereses particulares y retazos históricos que no aportan otra cosa sino líneas rojas y parálisis ante relevantes cuestiones públicas y la incapacidad de respuesta que hoy padece nuestro país.