miércoles 13 de enero de 2016, 11:27h
Entramos en la cuenta atrás. El 20-D asoma ya la cabeza entre mítines y notas de prensa, y es entonces cuando la nación cuestiona cuáles serán las consecuencias de la recesión económica, las corruptelas sacadas a la luz, su mala gestión y el movimiento sociopolítico como consecuencia hoy evidenciado.
Una atmósfera de incertidumbre y heredada conmoción política que nos sitúa en el paso intermedio entre dos puntos de estabilidad cíclica en el plano ejecutivo e institucional.
En este punto, es evidente que España se encuentra en una etapa de sensibilidad e inestabilidad en el panorama político, que aunque parece haber venido a menos, es todavía capaz de poner en jaque cualquier hegemonía. Es decir, de hacer tambalear el bipartidismo heredado durante años por un modelo político que, debido al sistema electoral actual, respondía a dicho comportamiento estable aceptado como normal. Y es que esta crisis económica ha fragmentado las preferencias políticas en una distribución de creciente apoyo a partidos y personajes que, con formas muy diferentes de expresar y manifestar los resultados de las elecciones autonómicas, afrontan una atípica campaña política que toca fin.
Por tanto, enmarcados en un panorama donde existe candidatura realista de cuatro fuerzas políticas al poder, bajo las lecciones de la pasada cita electoral autonómica que nos demostró que ya puede no gobernar quien más votos posee y conocedores de la escasa experiencia de nuestro país en materia de diversidad política, debemos hoy más que nunca exigir las bases de la verdadera democracia, donde nada impida una sana renovación si así los ciudadanos lo deciden. Siempre que dicho cambio traiga como consecuencia una democracia representativa. La cual conduzca a España de nuevo a confiar en la política. Experimentando cómo la decisión de millones de personas fue confiada a una fuerza política capaz de representar, no sólo a sus seguidores, sino al resto de votantes a través de la lucha por la prosperidad y el bien común.