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MAR LÓPEZ - PSICÓLOGA

La impotencia del poder

La impotencia del poder

(La fortaleza del pueblo)

miércoles 23 de abril de 2014, 18:47h

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Hace años, cuando yo era pequeña, se oía mucho aquel dicho sobre la salud, el dinero y el amor. Parecía que si se combinaban esos 3 ingredientes del modo adecuado, en su justa medida, en el recipiente idóneo para hacerlo, el cóctel resultante sería explosivo y, por supuesto, se llamaría felicidad…
La felicidad, esa gran olvidada en estos tiempos de prisas, intereses económicos, presididos por una crisis que bambolea los cimientos de todo lo conocido hasta este momento. Pocos son los que se levantan cada mañana con el objetivo de ser feliz, son más los que lo hacen por la necesidad acuciante de pagar facturas, hipotecas, encontrar un trabajo (ya ni siquiera añadimos el adjetivo de “digno”)... en definitiva, con la prioridad de SOBREVIVIR un día más esperando que se produzca ese milagro que se resiste a producirse., y que nos permitiría VIVIR.

En este punto, cada persona escogería un ingrediente diferente de los tres que componen nuestro particular cóctel, pero casi todos aceptarían como “bueno” que si nos falla la salud, el resto es bastante ineficaz en nuestro objetivo de ser feliz.

La salud es definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de enfermedad o dolencia... si nos atenemos a esta definición y la aceptamos como válida deberíamos plantearnos de un modo muy serio el estado de salud del que gozan ( o del que carecen) las personas que vivimos en la sociedad actual; sociedad que hemos construido entre todos y que mantenemos con nuestras acciones o con la ausencia de las mismas.

Sociedad donde se están normalizando situaciones que hace tan solo unos años nos hubieran parecido propias solamente de esos países llamados del “tercer mundo”. Todos conocemos alguna familia que está pasando por serios apuros, nos hemos acostumbrado a ver personas que viven en la calle, apoyándose en los comedores sociales y en los albergues, proliferan actos solidarios que nacen de iniciativas privadas que intentan paliar la miseria que campa a sus anchas por nuestras calles y por nuestros barrios.

Hemos incorporada a nuestro vocabulario términos como “pobreza energética”, y lo hemos hecho como si no pasara nada, como si no fueran importantes esas PERSONAS (No debemos olvidar en ningún momento que estamos hablando de PERSONAS) que pasan HAMBRE, que no tienen calefacción en sus hogares, ni luz, por lo que pasan FRÍO. Personas que ven cómo sus niños no tienen lo mínimo para tener una existencia digna y se sienten impotentes para cambiar lo que les ocurre. PERSONAS sin techo que han perdido todo y que eran personas “normales” con una existencia parecida a la suya y la mía.

Oímos hablar del “Colchón familiar”, que no es otra cosa que la red de apoyo que se teje con más amor que recursos materiales reales y que en muchos casos no es otro que la pensión de los abuelos, pensiones de 600 ó 700 euros con la que ayudan a sus hijos y nietos.

Familias modestas que echan una mano a sus hermanos, sobrinos… a sus vecinos, con total naturalidad y con una generosidad que no debe caer en el olvido. Son muchas las comunidades de vecinos que se han puesto de acuerdo para pagar la luz o hacer la compra de uno de ellos que no puede hacerlo.

La solidaridad entre familiares, amigos, vecinos… entre personas anónimas que no pueden asistir impasibles a la tragedia de la miseria, de la pobreza, que convive en la calle, en estas fechas, con las luces de colores, con las bolsas repletas de regalos, con las compras de alimentos especiales, las cenas de empresas… Estas iniciativas permiten que pequeños soplos de aire fresco entren por la puerta de algunos hogares en forma de alimentos, ropa, regalos para los niños; pero debemos ser conscientes de que esa no es la solución a los problemas de esta persona, tan supone un pequeño respiro, aflojar un poco el nudo que se siente alrededor del cuello y que impide el paso del aire.

En estos momentos de máxima necesidad se están desmantelando los servicios sociales, las ayudas públicas son prácticamente inexistentes, nuestras autoridades parecen mirar en la dirección equivocada. Una vez más la sociedad va por delante de su políticos, de sus dirigentes, y les está dando una lección magistral sobre empatía y sensibilidad.

¿A qué lugar ha quedado relegada la salud de las personas entendida como algo global y no solo como la ausencia de enfermedades? ¿Quien vela por ella?
En nuestra constitución, en el artículo 43 se recoge:
1. Se reconoce el derecho a la protección de la salud.

2. Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.

¿Se ocupan los poderes públicos de sus obligaciones? que cada uno se responda como mejor le parezca.

Cuando algunos casos particulares saltan a la luz por la crudeza de lo ocurrido, son normales los golpes de pecho y el crujir de dientes, los lamentos en voz alto y los balones arrojados en tejado ajeno con los que intentan eludir responsabilidades y sacudir “culpas” no asumidas por nadie… por supuesto esto no cambia nada ni remedia lo que ya ha ocurrido.

Quizá podríamos concluir que la sociedad está enferma, porque la sociedad, como hacienda, somos todos, y muchos de nosotros no gozan de bienestar físico, mental y social. Muchos de nosotros no tienen salud ni tienen recursos para intentar tenerla…

Quizá podríamos quedarnos con lo aterrador de las cifras que sitúan en un 21,6 %, el porcentaje de familias españolas que viven por debajo del umbral de la pobreza… (Que cada uno saque sus propias conclusiones).

Quizá podríamos resaltar la falta de respuesta en los órganos competentes, la falta de iniciativas llamadas a solucionar de raíz el problema y no solo llamadas a aliviar ligeramente los síntomas.

Quizá podríamos decir que el diagnóstico de una sociedad en la que sus niños pasan hambre y contraen enfermedades hace muchos años erradicadas, es de pronóstico reservado… reservado a personas sin sensibilidad y sin conciencia…

Pero… Quizá podemos decir que nuestra sociedad, la que se compone de la suma de ciudadanos de a pie, sin cargos, sin ánimo de lucro y sin afán de notoriedad, está formada por PERSONAS generosas, con la capacidad de sentir y emocionarse, con un espíritu solidario y activo, dotadas con SENTIMIENTOS e incapaces de mirar para otro lado cuando alguien a su lado sufre… y son ellos los protagonistas, los que se han ganado el derecho a salir en los papeles y devolvernos la fe en el ser humano, recordándonos la diferencia fundamental entre “Caridad” y “Solidaridad” , Me viene a la mente la frase de Gioconda Belli, que decía: “La solidaridad es la ternura de los pueblos”...
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