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José Cardona

Reflexionando ante las elecciones del 22/M

Reflexionando ante las elecciones del 22/M

miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h

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Cuando llegue a usted, amigo lector, esta columna estaremos en plena campaña para la cita electoral del ya próximo domingo 22 de mayo.
Por lo que se refiere a nuestra ciudad, aún contando con la responsable, esperanzada y legítima participación de IU y UPyD (y que, como a las otras, les deseo lo mejor), son dos, en esencia, las formaciones políticas que disputarán por la primacía en el consistorio talabricense: PSOE y PP. Desde la primera de ellas, José Francisco Rivas aspira a revalidar la confianza que ya en tres ocasiones han depositado en él los ciudadanos de Talavera; Gonzalo Lago, en nombre y representación de la segunda, lidera, e intentará desarrollar en su caso, un programa de cambio para el Gobierno municipal. Hasta aquí todo correcto, todo en armonía con la letra y el espíritu democrático. Pero, ¿qué esperamos la ciudadanía de una campaña electoral?, ¿a qué debe responder una actividad de esta naturaleza?, ¿cuál es su justificación en una sociedad como la nuestra, cómo legitimar los altos costos que conlleva y que, en última instancia, pagamos todos los contribuyentes? Sin duda alguna, se responderá a los interrogantes anteriores si cada quien consigue trasladar a los votantes información suficiente y veraz sobre aquellos objetivos que persigue su partido y, paralelamente, el compromiso de sus responsables con un trabajo honesto para conseguirlos. Esto es, aunque tantas veces no se respete, una premisa insoslayable de la política, lo que la hace ser una actividad humana que tiende a gobernar o dirigir la acción del Estado, en este caso del municipio, en beneficio de la sociedad. De lo anterior se deduce que no compartimos, antes bien rechazamos y condenamos, otras muchas concepciones de la política, como la de Schmit, que la define como juego o dialéctica amigo-enemigo, o la de Duverger, que la concibe como lucha o combate de individuos y grupos para conquistar el poder y que los vencedores usan en su provecho. O, finalmente, la del propio Weber, quien entiende la política estrictamente en función del poder que proporciona a quienes la ejercen. Pero lo preocupante aquí no es nuestro cuestionamiento de una acción política así entendida, sino el posible ejercicio de la misma por algunos de nuestros políticos, la de aquellos que la entienden exclusivamente como poder, y que justifican la máxima de Fedro cuando afirmaba que contra los poderosos nadie está suficientemente protegido.

Con base en estas consideraciones, los que así entienden lo político usan las campañas electorales no para explicar, publicitar y defender con razones sus programas, sino, antes bien, las utilizan en desautorizar, desacreditar e, incluso, ofender, al oponente. Y este no es el camino correcto. Quienes centren su mensaje en el insulto a las personas, o a las instituciones, están proclamando a voces su negativo concepto de la política y, al tiempo, lo que probablemente harán cuando ganen, cuando consigan el poder. Y similar juicio merecen aquellos que, a pesar de lo anterior, les otorgan su voto.

Hay, pues, que aplaudir y premiar con nuestro voto aquellos programas ilusionantes para la ciudad, los proyectos de futuro para todos, las fórmulas imaginativas orientadas a la creación de empleo, las ideas de desarrollo sostenible a corto y medio plazo; debemos rechazar y castigar enfrentamientos fraticidas, la crítica sin alternativa fundamentada, el agravio, la zafiedad, la descortesía y la mala educación por parte de quienes han de ser ejemplo de todo lo contrario. Los primeros, entre otros de parecida naturaleza, deben ser los criterios a tener en cuenta en una campaña electoral útil para el ciudadano y que se precie de civilizada.

Y es que ganar unas elecciones no lo explica todo. Ya saben, el fin, aunque sea positivo, no ha justificado, justifica ni lo hará nunca, los medios o instrumentos espurios o bastardos empleados en conseguirlo. El poder no debe estar por encima de lo ético y lo moral a la hora de conseguir sus objetivos; para alcanzar algo bueno no podemos realizar actos que no lo sean. Frente a ello, algunos políticos piensan que “cum finis est licitus, etiam media sunt licita” (cuando el fin es lícito, también lo son los medios). Y no; ni mi buen amigo Eulalio, ni yo mismo, estamos de acuerdo con estos últimos. ¿Y usted, paciente lector?
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