OPINIÓN EN LIBERTAD
Noche húngara de luna llena
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
El viernes pasado mi buen amigo y padrino de bodas, Eduardo Guervós, aprovechando que llevaba a las Ferias de Talavera a una de sus artistas representadas, Sonia Priego ‘La Húngara’, me llamó para hacerle un quiebro a la distancia del tiempo y ponernos al día.
Llegué con mi mujer a la Plaza de la Comarca cuando estaban probando sonido. Tras unos sinceros abrazos sin fecha de caducidad conocimos a Vanesa, la simpática y guapa mujer de Eduardo, una excelente profesional que colabora con él en el torbellino de detalles que hay que manejar en el mundo del management artístico. Llegó La Húngara con su gente, y tras las presentaciones de rigor, la maquinaria de la puesta en escena del directo empezó la cuenta atrás. Con sendas cervezas nos dirigimos hacia la rampa que llevaba a uno de los laterales del escenario. Yo no soy un experto en flamenco, ni siquiera un entendido, pero el simple hecho de que Eduardo me dijese subiendo la rampa ‘Te gustará’, ya puso en alerta mi curiosidad. Unas seis mil personas abarrotaban en ese momento la Plaza de la Comarca. Los impecables músicos lanzaron al aire unos acordes y arpegios con aroma a Paco de Lucía; las tres voces bellas y cómplices del coro se fusionaron con una brisa de final de verano; y desde atrás, desde la penumbra, despacio, con pasos rítmicos y estudiados hizo su aparición La Húngara. Las seis mil personas se vinieron arriba, y la luna llena alcanzó su punto máximo de luminosidad. Y sonreí al volver a confirmar el ojo clínico de Eduardo. Opino desde mi prisma emocional de artista y me dirijo sobre todo a los que, como yo, no están muy duchos en el arte del Flamenco. La Húngara es un tsunami de personalidad; engancha a la primera con una fuerza escénica arrebatadora; flirtea con las notas acariciándolas como las grandes del soul; maneja los tiempos en el escenario con una precisión exquisita; juguetea con el público y sus fans con la humildad y el cariño de una artista que se entrega a la música antes que a su vanidad; y sabe versionar temas conocidos llevándolos a su terreno manteniendo su espíritu original, pero marcándolos a fuego con su propio sello de la casa. Más tarde tuvimos la oportunidad de compartir en el camerino unas risas con ella y su gente y pude comprobar cómo detrás de La Húngara existe una Sonia amable, curiosa, divertida y coherente. Acabamos la noche tomando algo con Eduardo y Vanesa, recordando viejos tiempos, intercambiando anécdotas de artistas y backstage, y brindamos con vasos de plástico y las sonrisas iluminadas en una noche Húngara de luna llena.